Miras el reloj que está ubicado en la pared de enfrente tuyo de la oficina, marca las 4.15 de la tarde.
Restan aún 45 minutos para que termine tu horario de trabajo.
Ya no tienes más reuniones y lo que tienes de trabajo puede esperar a mañana.
Vuelves a mirar el reloj, esta vez el de tu ordenador, desconfiando de la calibración del de la pared. Son las 4.35 pm, cada vez falta menos.
Miras a tu alrededor e intercambias miradas cómplices con tus colegas que parecieran también estar esperando la hora de salida.
Alcanzas a ver a tu jefe, sigue en su oficina tipo pecera, mirando fijamente su ordenador al tiempo que habla con mucha verborragia por teléfono.
4.55 pm, esta vez preferiste mirar tu reloj de pulsera —con desconfianza de los otros dos que habías mirado minutos atrás. Sólo 5 minutos más y estás fuera.
De repente sientes un sudor frio por la espalda y tus palpitaciones se incrementan, te invade el recuerdo de los días que no pudiste dejar la oficina antes que tu jefe, que seguía trabajando.
La ansiedad y preocupación tiñen tu estado de ánimo, sabes que en el tiempo que llevas trabajando en esa empresa hasta que el jefe no sale de su oficina nadie se anima a ponerse de pie.
Horas nalga —o calentar la silla— le llaman coloquialmente con tus compis a esa sensación de espera absurda que cada día sienten antes de dejar la oficina.
Como si fuera más importante aparentar estar trabajando —y cumplir con el horario establecido— que hacer bien tu trabajo.
5.10 pm, tu jefe sigue colgado al teléfono y con la puerta de su oficina cerrada. No entiendes como es posible que nadie se haya animado a salir.
Tampoco pretendes arriesgarte, eres de las últimas personas que entró a la empresa y prefieres seguir al resto. Por algo se comportarán así, piensas.
Internamente vives una batalla emocional, entre la bronca que te genera no poder irte en el horario convenido y el miedo a quedarte sin trabajo por no poder soportar esta injusta sensación un día más.
En eso observas que una persona deja su escritorio silenciosamente, se levanta y parece caminar hacia la puerta de salida.
Un aire de esperanza se respira en aquel denso ambiente.
Miras a tu alrededor y te das cuenta que tus colegas también siguen fijamente el recorrido de esta persona, con cierta intriga, admiración y sensación de alerta.
Para tu sorpresa y la de tus compis, aquella valiente —o desquiciada— caminante pasa de largo de la puerta de salida y se detiene frente a la puerta de la oficina del jefe.
Percibes como la emocionalidad del ambiente se acelera y se intensifican los murmullos al momento que escuchas el “knock-knock” en la puerta de la pecera.
Luego de la señal de “adelante” del jefe, la persona abre la puerta de la oficina y sin ingresar formula:
—Disculpe que lo interrumpa, quería avisarle que he terminado mi trabajo por hoy y quería despedirme antes de retirarme.
Luego de intercambiar unas sutiles reverencias con el jefe, la persona cierra la puerta de la oficina y sin dudarlo se dirige a la puerta de salida.
Ves como la persona gira su mirada hacia la oficina y con una sonrisa en el rostro y su brazo extendido expresa:
—¡Hasta mañana compis! Qué descansen.
5.15 pm, esa persona te había enseñado algo que atesorarías por el resto de tus días.
Te mando un abrazote.
Maro